20 may 2022
Elena Poniatowska, 90 años por la transformación
- Discurso de Jenaro Villamil Rodríguez, Presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, durante el Homenaje Nacional a Elena Poniatowska
Una noche de abril de 2006 me llamó por teléfono Carlos Monsiváis. La indignación lo hacía exclamar: “¡son unos fascistas!” “¡están llamando al exterminio!”.
Sin ambigüedad, sin su legendario fraseo bíblico, Monsiváis expresó su furia por el spot recién transmitido en todos los canales de televisión y estaciones de radio, utilizando la imagen de Elena Poniatowska y su voz en off que decía: “con ahorro y buen gobierno”, el candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos “logró los segundos pisos del Periférico en la Ciudad de México”... “Que no te engañen. López Obrador es un peligro para México”, remataba la voz en off del spot firmado por el Partido Acción Nacional, que utilizó un fragmento de un promocional donde aparecía la escritora y periodista.
Era apenas el primero de una batería de más de 6 spots que incendiaron la pradera mediática y dejaron una profunda herida en la historia de las “guerras sucias” de las campañas presidenciales en México.
La reflexión de Carlos Monsiváis me cimbró hasta el alma. Sus palabras las escucho clarísimo, como si estuviera aquí, entre nosotros, llamando por teléfono:
“Vamos hacia el fascismo. Calderón y sus promotores están llamando al exterminio. Es una campaña de pánico moral. Si aún no ganan ya están sembrando el miedo. Y si gobiernan, van a sembrar la muerte en el país”.
-Ellos dicen que es una campaña de contraste -le repliqué, repitiendo los argumentos de los promotores de estos spots.
-El odio no tiene contraste. Es una campaña de odio, de eliminación del adversario. Si tú a alguien le llamas “peligro” lo estás deshumanizando a él y a sus seguidores. Estás convocando a hacer todo para eliminarlo -me respondió Monsiváis, con la veloz lucidez que lo caracterizaba.
El 9 de abril de ese año, Monsiváis publicó un artículo en defensa de Elena Poniatowska en La Jornada y sostuvo lo que me había comentado: “la frase `un peligro para México’ es un término que sólo tiene sentido si se acompaña de una empresa de exterminio”.
En un foro digital organizado por el periódico El Universal, el 12 de abril, un científico que utilizó el nombre del antiguo dios egipcio Amon Ra, regañó a Elena:
“Ni modo, señora Poniatowska, éste es el precio que hay que pagar por ser tan ingenua. A su edad debería demostrar la inteligencia que la caracteriza. En lo personal, AMLO me recuerda a los falsos profetas surgidos en el movimiento estudiantil del 1968, y no voy a votar por un personaje como él”.
En medio de la intensa polémica para estigmatizar a Elena Poniatowska, casi con igual nivel de odio que se llamaba a López Obrador “peligro para México”, Monsiváis me recordó:
“Elena es mucha pieza. Ha sobrevivido a eso y mucho más desde que publicó La Noche de Tlatelolco. No entienden que mientras más la atacan y la denigran, más vida y fuerza le aportan”.
Carlos Monsiváis, amigo y cómplice de Elena en muchas batallas periodísticas y sociales, tenía esa profunda sabiduría del visionario. Por desgracia, lo que pronosticó para el país se cumplió durante esos amargos años del calderonato: Calderón se impuso de manera fraudulenta con una grotesca operación de presiones e intimidaciones que doblegó al IFE y al Tribunal Electoral; polarizó al país, a partir del odio; pasó de la “guerra sucia” electoral a la “guerra contra el narco” con más de 100 mil personas muertas en su sexenio; implosionó al PAN con sus métodos autoritarios y aún pretende ignorar que su sexenio fue uno de los peores en materia de respeto a los derechos humanos y desarrollo democrático.
La otra parte de la profecía de Monsiváis también se cumplió, por fortuna: la revolución cultural de las conciencias mexicanas derrumbó al régimen en 2017 y en 2018 llevaron al poder a Andrés Manuel López Obrador y a la cuarta transformación en la historia del país.
Y Elena Poniatowska, nuestra querida Elena, sobrevivió a los ataques estridentes contra ella por tener la osadía de cuestionar a su propia clase social, por participar y relatar la resistencia civil pacífica contra el fraude del 2006 en el plantón de Reforma en ese extraordinario relato y coral de voces que es Amanecer en el Zócalo.
Poniatowska no cambió. Simplemente afinó su visión y su puntería. Tal como antes lo hizo con la descripción espléndida de Jesusa Palancares en Hasta no Verte Jesús Mío, con el reportaje-crónica polifónica de La Noche de Tlatelolco, con los gritos silenciosos de las costureras y los damnificados del sismo de 1985 en Nada, Nadie, Las Voces del Temblor, con el movimiento de los ferrocarrileros de Valentín Campa y de Demetrio Vallejo; con el movimiento indígena zapatista que irrumpió en 1994 en el escenario nacional; con las grandes figuras femeninas que se adelantaron a la liberación en un país misógino, machista, patricarcal, feminicida.
Por estas razones, Elena es hoy nuestra Elenísima: el superlativo del personaje mítico de Troya, hija de Zeus, seducida y raptada por Paris (ese guerrero incansable que es el periodismo en la pluma de Poniatowska). Elena, como la de Troya, es nuestra “antorcha”. Nos ilumina, nos alumbra, nos deslumbra con la lucidez de la sencillez, con la perseverancia de la congruencia y la valentía que no se disfraza ni utiliza poses. Elena, nuestra Elenísima, puede decir las cosas más duras y certeras con la sonrisa de niña eterna que la caracteriza.
Elena no es un peligro para México. Elena es un orgullo para México, país al que adoptó, abrazó, acarició, besó y relató como sólo ella lo ha hecho.
A final de cuentas, como Monsiváis sintetizó: “Elena es mucha pieza”. Y hoy la celebramos y le damos un enorme apapacho colectivo, como ese abrazo del presidente Andrés Manuel López Obrador que una mañana del domingo 3 de abril de 2005 acudió a su casa para pedirle: “Quiero que me ayude”.
Elena no sólo ha ayudado a la cuarta transformación de este país desde hace más de 50 años. Elena ha prestado su generosidad para impulsar un centenar de causas, para refrendar su compromiso por los más humildes, a los que les dio voz con gran oficio literario, logrando una extraordinaria reverberancia.
Gracias, querida Elena por tanta ayuda, por tanto amor, por casi un siglo de ser la antorcha para quienes nunca dejaremos de leerte y releerte.